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Docente responsable: Susana Roitman
Jefe de trabajos prácticos: Pablo Fernández
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Ayudante alumnx: Agustina Machado, Ezequiel Echenique, Matías Schamber, Facundo Cruz.
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lunes, 11 de septiembre de 2017

clase y lucha de clases

Hola: Aunque les había prometido subir un texto de Piva para ver el tema de las clase en Marx, lo encuentro un poco complicado. Va en su lugar éste que creo que aclara más lo que charlamos en clase
Saludos!
                                                                                              Susana Roitman[1]
¿Qué referencia tienen en el capitalismo las “grandes clases enfrentadas entre sí” de las que se habla en el “Manifiesto”? La imposible fijación del concepto de “clase” en la tradición marxiana es expresada por Jameson de este modo:
(…) la clase social es al mismo tiempo una idea sociológica, un concepto político, una coyuntura histórica y un lema de militancia, en tanto que una definición expresada solo con referencia a una de estas perspectivas sería irremediablemente insatisfactoria. De hecho, podemos llegar al punto de argumentar que justamente por eso la propia forma de la definición es inaceptable. No es posible definir la clase social, sino abordarla de forma provisoria en una suerte de paralaje que la sitúa en el centro ausente de un conjunto múltiple de enfoques incompatibles. (2013a, p. 18)
No obstante, entre los significados imputados a la “clase” y a su “lucha”, términos inseparables, hay dos soportes semánticos entre los cuales ha oscilado el pensamiento marxiano: el estructural y el histórico.
El primero, interpreta que las clases se constituyen y se enfrentan a partir de la relación conflictiva producida por la posesión/no posesión de los medios de producción y de dinero, en forma de capital. La posesión habilita (y exige) al “capital global” la explotación de la fuerza de trabajo para que expanda el proceso de valorización y la dominación en el proceso de trabajo. El poseedor de la fuerza de trabajo, el “obrero colectivo”, se opone en los dos terrenos –proceso de valorización y proceso de trabajo– a la lógica del capital. Este juego de presiones y resistencias, por un lado es constitutivo de ella, la expande, pero también le pone límites (relativos), los que a veces son frenos para nuevos enviones.
La pregunta es clásica: ¿cómo se proyecta este conflicto estructural en las prácticas políticas de la clase subordinada?
Escapa a las posibilidades de este trabajo ensayar una respuesta, pero interesa advertir que hay momentos históricos donde las relaciones entre base material y subjetividad se hacen más densas, mientras que en otros más laxas. Por ejemplo, los tiempos de intensificación de la cooperación productiva y la relación salarial propias del fordismo crearon expectativas de un “obrero masa” homogéneo, capaz de promover al mismo tiempo la unidad de clase y articular la defensa sindical de los trabajadores con un proyecto histórico de emancipación universal. Por el contrario, cuando prima la acumulación flexible, se acentúan la heterogeneidad y la fragmentación estructural de la clase-que-vive-del-trabajo (cfr. Antunes 2003) y se dispersan las demandas, acciones y estrategias del movimiento obrero. Sin embargo, en este caso, las heterogeneidades de las dinámicas estructurales y conflictivas no son “especulares”, no remiten inmediatamente una a la otra, aunque se requieren entrambas para su comprensión.
Enfoquemos ahora la estrategia historicista, cuyo referente es sin duda Edward P. Thompson. Su punto de partida es histórico, concreto; privilegia las prácticas y con ello el “hacerse clase”. Se abre paso el vínculo entre tradiciones, costumbres, reglas morales, formas institucionales y condición estructural que se entrecruzan en la experiencia. En el prefacio de Formación de la clase obrera en Inglaterra, dice Thompson:
Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto por lo que se refiere a la materia prima de la experiencia, como a la conciencia. Y subrayo que se trata de un fenómeno histórico. No veo la clase como una “estructura”, ni siquiera como una “categoría”, sino algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones humanas. Todavía más, la noción de clase entraña la noción de relación histórica. Como cualquier otra relación, es un proceso fluido que elude el análisis si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y analizar su estructura (…)

Pero la fluidez histórica no reniega de la base material y pocas líneas más abajo, nos dice:
La experiencia de clase está ampliamente determinada por las relaciones de producción en las que los hombres nacen o en las que entran de manera involuntaria. La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. Si bien la experiencia aparece como algo determinado, la conciencia de clase no lo está. Podemos ver cierta lógica en las respuestas de grupos laborales similares que tienen experiencias similares, pero no podemos formular ninguna ley”. (1989: pp. xiii y xiv, subrayado en el original)

Lo que destaca Thompson es que la objetividad que entrañan las relaciones de producción condensa experiencias comunes que, probable pero no necesariamente, se expresan en conciencia. Su artillería estuvo apuntada contra la dicotomía base/estructura y la linealidad de su interpretación, pero lo que impactó de lleno y cambió el eje de discusión, finalmente, es la fuerza incontenible que dio al flujo histórico la formación, la producción de subjetividad, el “hacerse clase”.
Es ocasión, ahora, de una breve reflexión sobre esa relación “maldita” entre base material y conciencia: el asunto está latente cuando se ve la “objetividad” separada de la “subjetividad”, los dispositivos de sujeción y las prácticas de subjetivación, la (no) separación de la economía y la política.
Se requiere, entonces, una anotación sobre la conocida expresión que enunciaba Marx en 1859: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Conviene aquí recordar a Williams cuando señala que la determinación hay que entenderla como histórica y no causal: “determinación es un proceso de límites y presiones complejo e interrelacionado” (2009, p. 117), y agrega, subrayando lo que ya ha señalado, la “objetividad” es finalmente actividad humana pasada:
(…) la diferencia fundamental entre ‘determinación’ en este sentido [histórico] y ‘determinación’ en el sentido de las ‘leyes’ de un proceso total sujeto a un desarrollo inherente y predecible no es difícil de entender (…) La cuestión clave radica en el grado en que las condiciones ‘objetivas’ son comprendidas como externas. Desde el momento en que, dentro del marxismo, por definición, las condiciones ‘objetivas’ son, y sólo pueden ser, resultado de las acciones del hombre en el mundo material, la verdadera distinción sólo puede darse entre la objetividad histórica –las condiciones en que, en cualquier punto particular del tiempo, los hombres se encuentran con que han nacido; y por lo tanto, las condiciones ‘accesibles’ que ‘establecen’– y la objetividad abstracta, en la cual el proceso ‘determinante’ es ‘independiente de su voluntad’; no en el sentido histórico de que lo han heredado, sino en el sentido absoluto de que no pueden controlarlo; sólo pueden procurar comprenderlo y, en consecuencia, guiar sus acciones en armonía con él. (ibíd., 113, subrayado en el original).
Exploremos otra posibilidad de lectura de la expresión del “Prólogo” de 1859. El ser social, en tanto “objetividad” ¿no es el antagonismo estructural que paradójicamente mantiene la sociedad unida? Y si ese antagonismo es lo “otro” de la conciencia ¿no será acaso la lucha de clases el “inconsciente político” que emerge solo como síntoma en el conflicto social concreto, como lo sugiere Jameson? (Grüner, 2005). En tal caso, solo la praxis, teórica y política, puede “interpretar” lo que se revela en otro registro ontológico.
Algunas conclusiones provisorias de la larga discusión intramarxiana sobre la relación estructura/base/dispositivos de sujeción y conciencia/agencia/prácticas de subjetivación, nos dicen que, sin duda, hay relación entre las dos series, que ella no es lineal y que está sobredeterminada en el sentido althusseriano[2]; esto es, que se encuentra siempre “especificada por circunstancias históricas concretas” y, también, que cualquier configuración histórica es incomprensible sin indagar en su base material. Si lo vemos desde el historicismo inglés la clase no preexiste, se hace; hay luchas de clases sin clases. Desde una lectura que reconoce el aporte psicoanalítico, se trata de una “falla estructural” inaccesible a la interpretación si no es por el trabajo de la praxis. Pero este párrafo es solo una “solución de compromiso”, hay aquí oposiciones, incompatibilidades.
Balibar asume, al abordar la oscilación entre el significados estructural y el  histórico, que se trata de una aporía, tal como paralelas que no se cruzan en el terreno lógico, porque lo estructural en Marx es del orden de las categorías, de las formas, del “ser”; mientras que lo histórico es del orden de lo empírico, del contenido, de la “apariencia”. Revisitada la “cocina de Marx”, luego de la crisis del sujeto y de que categorías como “ser” y “apariencia” o “forma” y “contenido” revelaran su carácter de construcción lingüística sin que por ello pierdan su eficacia dialéctica (cfr. Jameson 2013b), tales antinomias se muestran productivas. Dice Jameson:
Lo que se volverá evidente es que se puede identificar una cantidad de oposiciones nítidas, dependiendo del grado de autonomía que se reclame para cada término de la oposición inicial. En verdad, la calle sin salida inaugural del dualismo metafísico bien puede terminar generando más desarrollos productivos de los que sospechamos al principio; mientras que media docena de otras formas oposicionales ofrecen líneas nítidas de desarrollo en las cuales una dialéctica dada muestra tener resultados nada predecibles o estereotípicos (ídem, p. 30).
Quizá entonces, lo aporético es solo paradójico. Lo paradójico evidencia la complejidad de pares opuestos pero admite vías de abordaje. La paradoja de Aquiles y la tortuga se mostró imbatible hasta que se procuró otra manera de enlazar los recorridos entre el corredor y el reptil; del mismo modo, la particularidad histórica no puede resolverse en la universalidad estructural, aunque tampoco sin ella; los puentes se descubren desde “visiones de paralaje”.
Mezzadra, entre sus visitas al archivo Marx, indaga sobre un terreno relevante para nuestra investigación: la oscilación entre “lucha económica” y “lucha política” en las prácticas sindicales. El autor recupera el trabajo metodológicamente vigente de El Capital sobre la lucha por la disminución de la jornada de trabajo y la legislación fabril en Inglaterra; señala que allí se vislumbra con detalle cómo la lucha económica transforma a la clase obrera para obligar al capital a inscribir esas reivindicaciones en la esfera del estado, ¿se trata de reformismo? Señala Mezzadra que tales conquistas fueron “lo que podría definirse como un embrional reformismo del capital. Limitación de la jornada laboral y legislación sobre fábricas son, por lo demás antecedentes históricos esenciales de la formación del Estado social democráticos del siglo xx, en torno del cual se redefinirá completamente, en Occidente, el reformismo –tanto el capital como el obrero–” (2014, p. 108). Pero también puede verse que es un terreno nuevo de acumulación de fuerzas, que tiene un profundo significado político como posibilidad de alterar materialmente el equilibrio a favor de los explotados. Toda lucha económica es política, en tanto como se vio, el cortocircuito teórico de Marx contamina de politicidad la economía y viceversa.
Mezzadra subraya que esto no significa aplanar las distinciones de intensidad y de calidad de las luchas, de cómo juegan en la correlación de fuerzas, qué contenidos tiene su politicidad y cuál es el momento en que se produce, lo que podemos llamar un “salto de registro”:
Por un lado, un elemento esencial de politicidad distingue cada movimiento de la clase en la medida en que surge y se desarrolla en un campo vigilado por los dispositivos que forman parte del Estado y del capital, contrarrestando los efectos de sujeción. Por otra parte, la intensidad política de una lucha está determinada por la fuerza con la que llega a investir el rompecabezas de la liberación, contribuyendo a redefinir sus términos y a poner de manifiesto su urgencia (a través de un movimiento que se puede definir como de politización o –como diríamos– de subjetivación. (p. 117)[3]
Esto no significa desconocer la insurgencia, el momento revolucionario, cualitativamente diferente de la acumulación cotidiana. No se trata de disyunciones exclusivas entre la dinámica de luchas económico-políticas y el acontecimiento disruptivo, sino de desplazamientos históricos contingentes que pueden ser complementarios o no.
Como veremos luego, tampoco la escala de lo disruptivo es siempre la de una revolución. Incluso podemos postular como hipótesis teórica que el “salto de registro” de lo económico a lo político, de lo estructural a lo histórico, es del orden del acontecimiento. De modo que es ese quantum (que no hay que entender de ningún modo como ley de paso de lo cuantitativo a lo cualitativo, por ejemplo), un modo (no exclusivo) de resolver prácticamente la paradoja de lo estructural y lo histórico e inscribir lo político en el corazón de las luchas económicas.




[1] Este fragmento está extraído de la tesis doctoral de la autora
[2] Usamos sobredeterminación en el sentido althusseriano: “Ahora bien, ocurre que todos los textos políticos e históricos importantes de Marx y Engels en este período nos ofrecen la materia de una primera reflexión sobre las llamadas ‘excepciones’. De ellos se desprende la idea fundamental de que la contradicción Capital-Trabajo no es jamás simple, sino que se encuentra siempre especificada por las formas y las circunstancias históricas concretas en las cuales se ejerce. Especificada por las formas de la superestructura (Estado, ideología dominante, religión, movimientos políticos organizados, etc.); especificada por la situación histórica interna y externa que la determina en función del pasado nacional mismo, por una parte (…), ‘costumbres’ locales, tradiciones nacionales específicas, aún más, ‘estilo propio’ de las luchas y de los comportamientos políticos, etc., y del contexto mundial existente, por la otra (lo que allí domina: competencia de naciones capitalistas, o ‘internacionalismo imperialista’, o competencia en el seno del imperialismo, etc.); pudiendo provenir numerosos de estos fenómenos de la ‘ley del desarrollo desigual’ en el sentido leninista” (Althusser, 1967: pp. 85 y 86).
[3] Mezzadra contrasta liberación con emancipación. Mientras que esta última alude a la ilustrada emancipación humana que podemos reconocer en Kant como la “salida del estado de tutela” promovida por los doctos ilustrados, la redención por otro que el sujeto redimido; liberación refiere a las prácticas por las cuales el sujeto explotado y dominado rompe por sí mismo las ataduras que lo aprisionan.

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