Gramsci, Bourdieu y el “compromiso” intelectual
El
objetivo de este práctico es discutir las prácticas de intervención política de
dos autores trabajados en el curso –Gramsci y Bourdieu- y su relación con su pensamiento
sociológico.
Se
trabajará en clase y luego cada uno en forma individual elaborará un trabajo de
no más de dos páginas.
Consignas
1) Contextualice
los textos de los autores tratando de ver en respuesta a qué situación
histórica concreta están escribiendo.
2) Relacione
los textos con la comprensión de la sociedad y del papel del intelectual en
cada autor. Señale como entiende el vínculo de cada texto con la obra de carácter más teórico
(como orientación ¿hay coherencia? ¿se
trata de obras independientes de la
trayectoria teórica?¿son escritos “ocasionales” o por el contrario es la tónica
permanente del autor?)
3) Realice
un análisis comparativo sobre la relación teoría y praxis a partir del lo
trabajado en el punto 2.
ESTE PRÁCTICO SE TRATARÁ EN LA REUNIÓN DEL JUEVES 12 Y DEBERÁ ENTREGARSE EL SIGUIENTE LUNES 22.
DEMOCRACIA
OBRERA
[21-VI-1919; L.0.N.;
10-13]
Hoy
se impone un problema acuciante a todo socialista que tenga un sentido vivo de
la responsabilidad histórica que recae sobre la clase trabajadora y sobre el
partido que representa la conciencia crítica y activa de esa clase.
¿Cómo
dominar las inmensas fuerzas desencadenadas por la guerra? ¿Cómo disciplinarlas
y darles una forma política que contenga en sí la virtud de desarrollarse
normalmente, de integrarse continuamente hasta convertirse en armazón del
Estado socialista en el cual se encarnará la dictadura del proletariado? ¿Cómo
soldar el presente con el porvenir, satisfaciendo las necesidades urgentes del
presente y trabajando útilmente para crear y "anticipar" el porvenir?
Este
escrito pretende ser un estimulo para el pensamiento y para la acción; quiere
ser una invitación a los obreros mejores y más conscientes para que reflexionen
y colaboren, cada uno en la esfera de su competencia y de su acción, en la
solución del problema, consiguiendo que sus compañeros y las asociaciones atiendan
a sus términos. La acción concreta de construcción no nacerá sino de un trabajo
común y solidario de clarificación, de persuasión y de educación recíproca.
El
Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social
características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre
ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de
poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y
articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia
democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués,
preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus
funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional.
El
movimiento obrero está hoy dirigido por el Partido Socialista y por la
Confederación del Trabajo; pero el ejercicio del poder social del Partido y de
la Confederación se actúa para las grandes masas trabajadoras de un modo
indirecto, por la fuerza del prestigio y del entusiasmo, por presión
autoritaria y hasta por inercia. La esfera de prestigio del Partido se amplía
diariamente, alcanza estratos populares hasta ahora inexplorados, suscita
consentimiento y deseo de trabajar provechosamente para la llegada del
comunismo en grupos e individuos hasta ahora ausentes de la lucha política. Es
necesario dar forma y disciplina permanente a esas energías desordenadas y
caóticas, absorberlas, componerlas y potenciarlas, hacer de la clase proletaria
y semiproletaria una sociedad organizada que se eduque, que consiga una
experiencia, que adquiera conciencia responsable de los deberes que incumben a
las clases llegadas al poder del Estado.
El
Partido Socialista y los sindicatos profesionales no pueden absorber a toda la clase
trabajadora más que a través de un esfuerzo de años y decenas de años. Tampoco
se identificarían directamente con el Estado proletario: en efecto, en las
Repúblicas comunistas subsisten independientemente del Estado, como instrumento
de propulsión (el Partido) o de control y de realizaciones parciales (los
sindicatos). El Partido tiene que seguir siendo el órgano de la educación
comunista, el foco de la fe, el depositario de la doctrina, el poder supremo
que armoniza y conduce a la meta las fuerzas organizadas y disciplinadas de la
clase obrera y campesina. Precisamente para cumplir exigentemente esa función
suya el Partido no puede abrir las puertas a la invasión de nuevos miembros no
acostumbrados al ejercicio de la responsabilidad y de la disciplina.
Pero
la vida social de la clase trabajadora es rica en instituciones, se articula en
actividades múltiples. Esas instituciones y esas actividades son precisamente
lo que hay que desarrollar, organizar en un conjunto, correlacionar en un
sistema vasto y ágilmente articulado que absorba y discipline la entera clase
trabajadora.
Los
centros de vida proletaria en los cuales hay que trabajar directamente son el
taller con sus comisiones internas, los círculos socialistas y las comunidades
campesinas.
Las
comisiones internas son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las
limitaciones impuestas por los empresarios y a los que hay que infundir vida
nueva y energía. Hoy las comisiones internas limitan el poder del capitalista
en la fábrica y cumplen funciones de arbitraje y disciplina. Desarrolladas y
enriquecidas, tendrán que ser mañana los órganos del poder proletario que
sustituirá al capitalista en todas sus funciones útiles de dirección y de
administración.
Ya
desde hoy los obreros deberían proceder a elegir amplias asambleas de
delegados, seleccionados entre los compañeros mejores y más conscientes, en
torno a la consigna: "Todo el poder de la fábrica a los comités de
fábrica", coordinada con esta otra: "Todo el poder del Estado a los
consejos obreros y campesinos".
Así
se abriría un ancho campo de concreta propaganda revolucionaria para los
comunistas organizados en el Partido y en los círculos de barrio. Los círculos,
de acuerdo con las secciones urbanas, deberían hacer un censo de las fuerzas
obreras de la zona y convertirse en sede del consejo de barrio, de los
delegados de fábrica, en ganglio que anude y concentre todas las energías
proletarias del barrio. Los sistemas electorales podrían variar según las
dimensiones del taller; pero habría que procurar elegir un delegado por cada
quince obreros, divididos por categorías (como se hace en las fábricas
inglesas), llegando, por elecciones graduales, a un comité de delegados de
fábrica que comprenda representantes de todo el complejo del trabajo "obreros,
empleados, técnicos). Se debería tender a incorporar al comité del barrio representantes
también de las demás categorías de trabajadores que vivan en el barrio:
camareros, cocheros, tranviarios, ferroviarios, barrenderos, empleados
privados, dependientes, etc.
El
comité de barrio debería ser emanación de toda
la clase obrera que viva en
el barrio, emanación legítima y con autoridad, capaz de hacer respetar una
disciplina, investida con el poder, espontáneamente delegado, de ordenar el
cese inmediato e integral de todo el trabajo en el barrio entero.
Los
comités de barrio se ampliarían en comisariados urbanos, controlados y
disciplinados por el Partido Socialista y por los sindicatos de oficio.
Ese
sistema de democracia obrera (completado por organizaciones equivalentes de
campesinos) daría forma y disciplina permanentes a las masas, sería una
magnífica escuela de experiencia política y administrativa, encuadraría las
masas hasta el último hombre, acostumbrándolas a la tenacidad y a la
perseverancia, acostumbrándolas a considerarse como un ejército en el campo de
batalla, el cual necesita una cohesión firme si no quiere ser destruido y
reducido a esclavitud.
Cada
fábrica constituiría uno o más regimientos de ese ejército, con sus mandos, sus
servicios de enlace, sus oficiales, su estado mayor, poderes todos delegados
por libre elección, no impuestos autoritariamente. Por medio de asambleas
celebradas dentro de la fábrica, por la constante obra de propaganda y
persuasión desarrollada por los elementos más conscientes, se obtendría una
transformación radical de la psicología obrera, se conseguiría que la masa
estuviera mejor preparada y fuera capaz de ejercer el poder, se difundiría una
conciencia de los deberes y los derechos del camarada y del trabajador, conciencia
concreta y eficaz porque habría nacido espontáneamente de la experiencia viva e
histórica.
Hemos
dicho ya que estos apresurados apuntes no se proponen más que estimular el
pensamiento y la acción. Cada aspecto del problema merecería un estudio amplio
y profundo, dilucidaciones, complementos subsidiarios y coordinados. Pero la
solución concreta e integral de los problemas de la vida socialista no puede
proceder más que de la práctica comunista: la discusión en común, que modifica
simpatéticamente las conciencias, unificándolas y llenándolas de activo
entusiasmo. Decir la verdad, llegar juntos a la verdad, es realizar acción
comunista y revolucionaria. La fórmula "dictadura del proletariado"
tiene que dejar de ser una mera fórmula, una ocasión para desahogarse con
fraseología revolucionaria. El que quiera el fin, tiene que querer también los
medios. La dictadura del proletariado es la instauración de un nuevo Estado,
típicamente proletario, en el cual confluyan las experiencias institucionales
de la clase obrera, en el cual la vida social de la clase obrera y campesina se
convierta en sistema general y fuertemente organizado. Ese Estado no se
improvisa: los comunistas bolcheviques rusos trabajaron durante ocho meses para
difundir y concretar la consigna "Todo el poder a los Soviet", y los
Soviet eran ya conocidos por los obreros rusos desde 1905. Los comunistas
italianos tienen que convertir en tesoro la experiencia rusa, economizar tiempo
y trabajo: la obra de reconstrucción exigirá ya de por sí tanto tiempo y tanto
trabajo que se le puede dedicar cada día y cada acto.
LOS
INTELECTUALES Y LA POLITICA, por P. Bourdieu
¿Qué pasa con los intelectuales y la política?
Conferencia dictada en la convención de la Asociación de
Lenguas Modernas (MLA, Chicago, 1999).
¿Pueden los intelectuales, especialmente aquellos que pertenecen a instituciones académicas intervenir en la esfera política? ¿Deben intervenir en debates políticos? Si respondemos que sí, ¿en qué condiciones pueden insertarse eficazmente? ¿Qué rol pueden jugar los investigadores en los diferentes movimientos sociales tanto a nivel nacional como (y principalmente) a nivel internacional, ya que es ése el espacio en que se decide el destino de los individuos y las sociedades? ¿Pueden contribuir los intelectuales a inventar nuevos mapas que hagan que la política se ajuste a los problemas de nuestra época?
Primero
que nada, para evitar malentendidos, debo decir que los investigadores, artistas
o escritores que intervienen en el mundo político no se convierten
inmediatamente en políticos. Siguiendo el modelo creado por Emile Zola a
propósito del caso Dreyfus, los investigadores se vuelven intelectuales o
intelectuales públicos cuando invierten su autoridad específica y los valores
asociados al ejercicio de su arte en una lucha política… Al invertir la
competencia artística o científica en debates cívicos, los intelectuales corren
riesgo de desilusionar a otros. Por un lado, pueden desilusionar a aquellos que
en su universo académico cerrado eligen el camino virtuoso de permanecer
encerrados en la torre de marfil y que ven en el compromiso una violación de la
famosa “neutralidad” (erróneamente igualada a objetividad científica cuando es
algo inevitable, es decir, un hecho, que el escapismo es siempre imposible).
Por otro
lado, pueden desilusionar a aquellos que en el campo del periodismo y la
política ven la práctica intelectual como una amenaza a su monopolio sobre la
opinión pública… Acusar el anti-intelectualismo no excluye a los intelectuales
de la crítica al intelectualismo: todos los intelectuales deben realizar una
práctica de auto-crítica. La reflexividad crítica es un prerrequisito de toda
acción política de los intelectuales. Estos deben llevar a cabo una crítica
permanente de los abusos de poder o de autoridad que se realizan en nombre de
la autoridad intelectual; o si se prefiere, deben someterse a sí mismos a la
crítica del uso de la autoridad intelectual como arma política dentro del campo
intelectual mismo (enseñanza, investigación, etc). Todo académico debe también
someter a crítica los prejuicios escolásticos cuya forma más persuasiva es la
propensión a tomar como meta una serie de revoluciones de papel. Este impulso
generoso pero poco realista ha llevado a muchos intelectuales de mi generación
a someterse … a un radicalismo de papel, esto es, la tendencia a confundir las
cosas de lógica por la lógica de las cosas…
Habiendo
postulado estas notas preliminares, puedo entonces afirmar que los
intelectuales (artistas, escritores, científicos, etc. que ingresan a la acción
política en base a su competencia en sus áreas de especialización) son
indispensables para las luchas sociales, especialmente en el presente dadas las
formas que la dominación asume. Trabajos históricos recientes y mucha inercia
intelectual, han cumplido un rol fundamental para la producción e imposición de
la ideología neoliberal que regula el mundo. A la producción de estos
pensamientos reaccionarios debemos oponer la producción de redes críticas que
ha convertido a los intelectuales específicos (en el sentido que expone
Foucault) en un colectivo intelectual capaz de definirse por sí mismos los
temas y fines de sus reflexiones y acciones.
Este
colectivo intelectual puede y debe rellenar funciones negativas: debe trabajar
para producir y diseminar instrumentos de defensa contra la dominación
simbólica que descansa cada vez más en la autoridad de la ciencia. El
colectivo-intelectual puede someter al discurso dominante a una crítica sin
merced del léxico abstracto (globalización, flexibilidad, empleo) razonando sus
usos específicos y metáforas. El colectivo-intelectual debe también someter su
discurso a una crítica sociológica que extiende la crítica discursiva y desmantela
las determinantes sociológicas que minan al discurso dominante (comenzando con
los medios de prensa, y especialmente con los periódicos de economía).
Finalmente, pueden contraponer a la autoridad pseudo-científica de los
expertos, una crítica científica de los presupuestos escondidos en tales
discursos.
Este
colectivo puede cumplir una función positiva al contribuir al trabajo colectivo
de invención política. Las consecuencias que produjo el colapso de la Unión
Soviética en el mundo ha dejado un vacío que la doxa neoliberal ha llenado, y
la universidad poco ha contribuido para crear una crítica social… Necesitamos
reconstruir una edificio crítico y esta reconstrucción no puede ser hecha por
un solo intelectual aislado…
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