Saludos!
Susana
Roitman[1]
¿Qué referencia tienen en el capitalismo las “grandes clases
enfrentadas entre sí” de las que se habla en el “Manifiesto”? La imposible fijación del concepto de “clase” en la
tradición marxiana es expresada por Jameson de este modo:
(…) la clase social es al mismo tiempo una idea sociológica,
un concepto político, una coyuntura histórica y un lema de militancia, en tanto
que una definición expresada solo con referencia a una de estas perspectivas
sería irremediablemente insatisfactoria. De hecho, podemos llegar al punto de
argumentar que justamente por eso la propia forma de la definición es
inaceptable. No es posible definir la clase social, sino abordarla de forma
provisoria en una suerte de paralaje que la sitúa en el centro ausente de un
conjunto múltiple de enfoques incompatibles. (2013a, p. 18)
No obstante, entre los significados imputados a la “clase” y a
su “lucha”, términos inseparables, hay dos soportes semánticos entre los cuales
ha oscilado el pensamiento marxiano: el estructural y el histórico.
El primero, interpreta que las clases se constituyen y se
enfrentan a partir de la relación conflictiva producida por la posesión/no
posesión de los medios de producción y de dinero, en forma de capital. La
posesión habilita (y exige) al “capital global” la explotación de la fuerza de
trabajo para que expanda el proceso de valorización y la dominación en el
proceso de trabajo. El poseedor de la fuerza de trabajo, el “obrero colectivo”,
se opone en los dos terrenos –proceso de valorización y proceso de trabajo– a
la lógica del capital. Este juego de presiones y resistencias, por un lado es
constitutivo de ella, la expande, pero también le pone límites (relativos), los
que a veces son frenos para nuevos enviones.
La pregunta es clásica: ¿cómo se proyecta este conflicto estructural
en las prácticas políticas de la clase subordinada?
Escapa a las posibilidades de este trabajo ensayar una respuesta,
pero interesa advertir que hay momentos históricos donde las relaciones entre
base material y subjetividad se hacen más densas, mientras que en otros más
laxas. Por ejemplo, los tiempos de intensificación de la cooperación productiva
y la relación salarial propias del fordismo crearon expectativas de un “obrero
masa” homogéneo, capaz de promover al mismo tiempo la unidad de clase y
articular la defensa sindical de los trabajadores con un proyecto histórico de
emancipación universal. Por el contrario, cuando prima la acumulación flexible,
se acentúan la heterogeneidad y la fragmentación estructural de la
clase-que-vive-del-trabajo (cfr. Antunes 2003)
y se dispersan las demandas, acciones y estrategias del movimiento obrero. Sin
embargo, en este caso, las heterogeneidades de las dinámicas estructurales y
conflictivas no son “especulares”, no remiten inmediatamente una a la otra,
aunque se requieren entrambas para su comprensión.
Enfoquemos ahora la estrategia historicista, cuyo referente es
sin duda Edward P. Thompson. Su punto de partida es histórico, concreto;
privilegia las prácticas y con ello el “hacerse clase”. Se abre paso el vínculo
entre tradiciones, costumbres, reglas morales, formas institucionales y
condición estructural que se entrecruzan en la experiencia. En el prefacio de Formación
de la clase obrera en Inglaterra, dice Thompson:
Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una
serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto por lo que se
refiere a la materia prima de la experiencia, como a la conciencia. Y subrayo
que se trata de un fenómeno histórico. No
veo la clase como una “estructura”, ni siquiera como una “categoría”, sino algo
que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las
relaciones humanas. Todavía más, la noción de clase entraña la noción de
relación histórica. Como cualquier otra relación, es un proceso fluido que
elude el análisis si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y
analizar su estructura (…)
Pero la fluidez histórica no reniega de la base material y
pocas líneas más abajo, nos dice:
La experiencia de clase está ampliamente determinada por
las relaciones de producción en las que los hombres nacen o en las que entran
de manera involuntaria. La conciencia de clase es la forma en que se expresan
estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas
de valores, ideas y formas institucionales. Si bien la experiencia aparece como
algo determinado, la conciencia de clase no lo está. Podemos ver cierta lógica en las respuestas de grupos
laborales similares que tienen experiencias similares, pero no podemos formular
ninguna ley”. (1989: pp. xiii y xiv, subrayado en
el original)
Lo que destaca Thompson es que la objetividad que entrañan las
relaciones de producción condensa experiencias comunes que, probable pero no
necesariamente, se expresan en conciencia. Su artillería estuvo apuntada contra
la dicotomía base/estructura y la linealidad de su interpretación, pero lo que
impactó de lleno y cambió el eje de discusión, finalmente, es la fuerza
incontenible que dio al flujo histórico la formación, la producción de subjetividad,
el “hacerse clase”.
Es ocasión, ahora, de una breve reflexión sobre esa relación
“maldita” entre base material y conciencia: el asunto está latente cuando se ve
la “objetividad” separada de la “subjetividad”, los dispositivos de sujeción y
las prácticas de subjetivación, la (no) separación de la economía y la
política.
Se requiere, entonces, una anotación sobre la conocida
expresión que enunciaba Marx en 1859:
“No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.
Conviene aquí recordar a Williams cuando señala que la determinación hay que
entenderla como histórica y no causal: “determinación es un proceso de límites
y presiones complejo e interrelacionado” (2009,
p. 117), y agrega, subrayando lo que
ya ha señalado, la “objetividad” es finalmente actividad humana pasada:
(…) la diferencia fundamental entre ‘determinación’ en
este sentido [histórico] y ‘determinación’ en el sentido de las ‘leyes’ de un proceso total sujeto a un desarrollo inherente y predecible
no es difícil de entender (…) La cuestión clave radica en el grado en que las
condiciones ‘objetivas’ son comprendidas como externas.
Desde el momento en que, dentro del marxismo, por definición, las condiciones ‘objetivas’ son, y sólo pueden ser, resultado de las acciones del hombre
en el mundo material, la verdadera distinción sólo puede darse entre la
objetividad histórica –las
condiciones en que, en cualquier punto particular del tiempo, los hombres se
encuentran con que han nacido; y por lo tanto, las condiciones ‘accesibles’ que ‘establecen’– y la objetividad abstracta, en la
cual el proceso ‘determinante’ es ‘independiente de su voluntad’; no en el sentido histórico de que lo han heredado, sino en el
sentido absoluto de que no pueden controlarlo; sólo pueden procurar
comprenderlo y, en consecuencia, guiar sus acciones en armonía con él. (ibíd., 113, subrayado
en el original).
Exploremos otra posibilidad de lectura de la expresión del “Prólogo”
de 1859. El ser social, en tanto
“objetividad” ¿no es el antagonismo estructural que paradójicamente mantiene la sociedad unida? Y si ese antagonismo es
lo “otro” de la conciencia ¿no será acaso la lucha de clases el “inconsciente
político” que emerge solo como síntoma en el conflicto social concreto, como lo
sugiere Jameson? (Grüner, 2005). En
tal caso, solo la praxis, teórica y política, puede “interpretar” lo que se
revela en otro registro ontológico.
Algunas conclusiones provisorias de la larga discusión
intramarxiana sobre la relación estructura/base/dispositivos de sujeción y
conciencia/agencia/prácticas de subjetivación, nos dicen que, sin duda, hay
relación entre las dos series, que ella no es lineal y que está
sobredeterminada en el sentido althusseriano[2];
esto es, que se encuentra siempre “especificada por circunstancias históricas
concretas” y, también, que cualquier configuración histórica es incomprensible
sin indagar en su base material. Si lo vemos desde el historicismo inglés la
clase no preexiste, se hace; hay luchas de clases sin clases. Desde una lectura
que reconoce el aporte psicoanalítico, se trata de una “falla estructural”
inaccesible a la interpretación si no es por el trabajo de la praxis. Pero este
párrafo es solo una “solución de compromiso”, hay aquí oposiciones,
incompatibilidades.
Balibar asume, al abordar la oscilación entre el significados
estructural y el histórico, que se trata
de una aporía, tal como paralelas que no se cruzan en el terreno lógico, porque
lo estructural en Marx es del orden de las categorías, de las formas, del “ser”;
mientras que lo histórico es del orden de lo empírico, del contenido, de la “apariencia”.
Revisitada la “cocina de Marx”, luego de la crisis del sujeto y de que
categorías como “ser” y “apariencia” o “forma” y “contenido” revelaran su
carácter de construcción lingüística sin que por ello pierdan su eficacia
dialéctica (cfr. Jameson 2013b), tales
antinomias se muestran productivas. Dice Jameson:
Lo que se volverá evidente es que se puede identificar
una cantidad de oposiciones nítidas, dependiendo del grado de autonomía que se
reclame para cada término de la oposición inicial. En verdad, la calle sin
salida inaugural del dualismo metafísico bien puede terminar generando más
desarrollos productivos de los que sospechamos al principio; mientras que media
docena de otras formas oposicionales ofrecen líneas nítidas de desarrollo en
las cuales una dialéctica dada muestra tener resultados nada predecibles o
estereotípicos (ídem, p. 30).
Quizá entonces, lo aporético es solo paradójico. Lo paradójico
evidencia la complejidad de pares opuestos pero admite vías de abordaje. La
paradoja de Aquiles y la tortuga se mostró imbatible hasta que se procuró otra
manera de enlazar los recorridos entre el corredor y el reptil; del mismo modo,
la particularidad histórica no puede resolverse en la universalidad estructural,
aunque tampoco sin ella; los puentes se descubren desde “visiones de paralaje”.
Mezzadra, entre sus visitas al archivo Marx, indaga sobre un
terreno relevante para nuestra investigación: la oscilación entre “lucha
económica” y “lucha política” en las prácticas sindicales. El autor recupera el
trabajo metodológicamente vigente de El
Capital sobre la lucha por la disminución de la jornada de trabajo y la
legislación fabril en Inglaterra; señala que allí se vislumbra con detalle cómo
la lucha económica transforma a la clase obrera para obligar al capital a
inscribir esas reivindicaciones en la esfera del estado, ¿se trata de
reformismo? Señala Mezzadra que tales conquistas fueron “lo que podría
definirse como un embrional reformismo del capital. Limitación de la jornada
laboral y legislación sobre fábricas son, por lo demás antecedentes históricos
esenciales de la formación del Estado social democráticos del siglo xx, en torno del
cual se redefinirá completamente, en Occidente, el reformismo –tanto el capital
como el obrero–” (2014, p. 108). Pero también puede verse que es un
terreno nuevo de acumulación de fuerzas, que tiene un profundo significado
político como posibilidad de alterar materialmente el equilibrio a favor de los
explotados. Toda lucha económica es política, en tanto como se vio, el cortocircuito teórico de Marx contamina
de politicidad la economía y viceversa.
Mezzadra subraya que esto no significa aplanar las distinciones
de intensidad y de calidad de las luchas, de cómo juegan en la correlación de
fuerzas, qué contenidos tiene su politicidad y cuál es el momento en que se
produce, lo que podemos llamar un “salto de registro”:
Por un lado, un elemento esencial de politicidad distingue
cada movimiento de la clase en la medida en que surge y se desarrolla en un
campo vigilado por los dispositivos que forman parte del Estado y del capital,
contrarrestando los efectos de sujeción. Por otra parte, la intensidad política
de una lucha está determinada por la fuerza con la que llega a investir el
rompecabezas de la liberación, contribuyendo a redefinir sus términos y a poner
de manifiesto su urgencia (a través de un movimiento que se puede definir como
de politización o –como diríamos– de subjetivación. (p. 117)[3]
Esto no significa desconocer la insurgencia, el momento
revolucionario, cualitativamente diferente de la acumulación cotidiana. No se
trata de disyunciones exclusivas entre la dinámica de luchas
económico-políticas y el acontecimiento disruptivo, sino de desplazamientos
históricos contingentes que pueden ser complementarios o no.
Como veremos luego, tampoco la escala de lo disruptivo es
siempre la de una revolución. Incluso podemos postular como hipótesis teórica
que el “salto de registro” de lo económico a lo político, de lo estructural a
lo histórico, es del orden del acontecimiento. De modo que es ese quantum (que no hay que entender de
ningún modo como ley de paso de lo cuantitativo a lo cualitativo, por ejemplo),
un modo (no exclusivo) de resolver prácticamente la paradoja de lo estructural
y lo histórico e inscribir lo político en el corazón de las luchas económicas.
[1] Este fragmento está extraído de la tesis doctoral de la autora
[2] Usamos sobredeterminación en el sentido althusseriano: “Ahora bien,
ocurre que todos los textos políticos e históricos importantes de Marx y Engels
en este período nos ofrecen la materia de una primera reflexión sobre las
llamadas ‘excepciones’. De ellos se desprende la idea fundamental de que la
contradicción Capital-Trabajo no es jamás simple, sino que se encuentra siempre
especificada por las formas y las circunstancias históricas concretas en las
cuales se ejerce. Especificada por las formas de la superestructura (Estado,
ideología dominante, religión, movimientos políticos organizados, etc.);
especificada por la situación histórica interna y externa que la determina en
función del pasado nacional mismo, por una parte (…), ‘costumbres’ locales,
tradiciones nacionales específicas, aún más, ‘estilo propio’ de las luchas y de
los comportamientos políticos, etc., y del contexto mundial existente, por la
otra (lo que allí domina: competencia de naciones capitalistas, o
‘internacionalismo imperialista’, o competencia en el seno del imperialismo,
etc.); pudiendo provenir numerosos de estos fenómenos de la ‘ley del desarrollo
desigual’ en el sentido leninista” (Althusser, 1967: pp. 85 y 86).
No hay comentarios:
Publicar un comentario