Parcial Nro. 2
1.
Lea el siguiente texto y realice las actividades que se indican
a)
¿Cómo ve la situación desde la perspectiva de “lucha
de clases “ de Marx? ¿y desde la lógica de El capital?
b)
¿Qué aportes gramscianos para interpretar la dificultad
para la lucha colectiva?
c)
¿Cómo pensar la historia desde la “defensa de
la cara” de Goffman?
2. Compare las lecturas de Marx de
Bourdieu sobre la sociedad. Opine fundadamente sobre las dos miradas
Hoy me despidieron de la
fábrica
7 noviembre, 2018 por Redacción La Tinta
No suelo escribir
de cosas privadas por aquí, pero tengo la necesidad de hacerlo. Por otra parte,
esto que me sucede, nos está sucediendo a todos los laburantes en casa o en los
lugares de trabajo con algún compañero.
Hoy me despidieron
de la fábrica. Marqué tarjeta un rato antes de las 6, como lo hice durante los
últimos 7 años, 6 meses y 22 días de mi vida de lunes a viernes.
De lunes a viernes
levantarse a las 4:30 vestirse, lavarse la cara, cepillarse los dientes,
agarrar las llaves del auto y salir. Para ahorrar gastos de viaje, levantar en
el camino compañeros y continuar rápido el viaje. Ir casi dormido hasta la
máquina de café y sacar un cortado con sabor a nada y olor a malta.
Casi cerca del
medio día me vinieron a buscar en un auto a mi puesto de trabajo. Uno de mis
compañeros entendió antes que yo y me saludó con un abrazo. Me llevaron hasta
la garita de al lado del molinete… ese lugar donde está marcado el limite a
todo el palabrerío idealista de los embellecedores del capital. Me informaron
que estaba despedido sin causa, las palabras a esa altura eran todas iguales,
decían todas lo mismo. Sólo podía distinguir algún énfasis, alguna tonalidad
disonante.
Cualquiera de
nosotros que haya trabajado un tiempo en una fábrica o quien haya metido sus
narices para estudiarlas, sabe que lo más parecido a una fábrica es una cárcel.
Garita de vigilancia, alambrados, centinelas en cada espacio, jerarquías y
barro. Sin embargo la sociedad en que vivimos parece por momentos olvidarse de
la vida en las fábricas. Como si fueran inmensos agujeros negros de nuestra
cotidianidad. Y ahí están defendiendo la democracia. Saliendo a protegerla
contra la amenaza externa (¿?) del autoritarismo. Y uno se la pasa más de un
tercio de sus días en un lugar donde no se vota, no se debate, no se elige, ni
se cuestiona. Se obedece. Un lugar donde sabes que sos bocadillo, mas tierno o
mas duro, pero bocadillo. Un lugar donde también podes desaparecer cuando te
despiden y tus compañeros del puesto no te ven mas. Los galpones donde laburas
pueden tener ventanas. Ventanas que dan a espacios abiertos, que están ahí para
recordarte que estas preso. Pero esta cárcel es voluntaria. Sabes que podes
irte, cagarte en el mandato, podes irte a padecer pobreza, a experimentar las
privaciones de las cosas más elementales. Podes “elegir morir de hambre”.
Después de años en
la fábrica te duele todo. Tengo dolor en la espalda, en las rodillas, en casi
todas las articulaciones de mi cuerpo. Llevo prendida la fábrica en la carne.
El trabajo en la línea no sólo es agresivo con el cuerpo, sino también con la
psiquis. Horas y horas, días y días repitiendo la misma operación. Nadie te
rota, a nadie le importa. Quizás si te ven hablando solo, el capito del tramo
comprenda que llegó el momento de cambiarte las tareas. Es cierto que la
robotización de los trabajos amenaza los puestos de los compañeros, pero:
¿pensaron alguna vez en la crueldad de someter a un humano a semejante labor
cotidiana? Por momentos pienso que esos robots son una bendición.
Trabajé casi 10
años en Telecom. Fui delegado obrero. Hice una experiencia junto a compañeros
que no olvidaré jamás. Nos enfrentamos a todo. A la empresa, al sindicato.
Creamos una forma inédita entre nosotros de intercambio de ideas, de afectos y
experiencias.
Cuando entré a la
FIAT me pregunté: “¿Acá encontraré a esos pares necesarios para la aventura?”.
Después de un tiempo fui comprendiendo que sería muy difícil que allí sucediera
algo que no fuera reproducción de las condiciones de explotación y
sometimiento. Hay que decirlo. Gestas como las del SITRAC-SITRAM han sido
borradas de la memoria colectiva de los trabajadores automotrices. Hoy,
aquellas “aventuras” titánicas sólo son recordadas, estudiadas y homenajeadas,
en cualquier ámbito, menos en el fabril. Es una verdad que muy pocos prefieren
mirar de frente. Es más sencillo y consolador cargarle las tintas al dirigente
corrupto o traidor. Pero la verdad es que hoy entre nosotros en la fábrica
reina la competencia, el individualismo, la homofobia, el machismo, las ilusiones
en el sistema, la confianza en el patrón.
Todos estos años en
la fábrica me cuidé de que me identificaran ideológicamente. Me cuide tanto de
la empresa como del SMATA. Ellos trabajan codo a codo para identificar a los
“zurdos” y “quilomberos” y rajarlos a la primera de cambio. No sirvió de nada.
Bastó un quite de colaboración, en protesta porque nos estaban sirviendo restos
de comida para el almuerzo, para que nos pusieran a quienes llevamos adelante
esa medida en la “lista negra”.
Desde septiembre comenzaron
las suspensiones en FIAT. Desde mediados de octubre los despidos hormiga. La
crisis comienza a sentirse con fuerza en las automotrices. La empresa aprovecha
la jugada para despedir primero a los “marcados”, después seguramente a los que
no le chupen las medias a los jefes, ni a los sindicalistas del SMATA. Cuando
la crisis termine tomarán nuevo personal. Con el convenio nuevo que firmó el
SMATA con las patronales, podrán tener empleados mecánicos con sueldos iguales
e inferiores a los de un empleado de comercio. Con el sueldo de un mecánico
actual, le pagarán a dos jóvenes mañana. Y todo recomenzará nuevamente.
Quisiera ser digno
de desobedecer. Eso es lo que pienso con frecuencia en estos días. Pero tengo
una familia, una hija hermosa e inteligente que se esfuerza en sus estudios. Un
mandato de padre, un mandato social. Sin embargo siento la voluntad
desobedecer.
En unos días estaré
buscando trabajo nuevamente. Mientras tanto cobraré el seguro por desempleo y
administraré la indemnización.
Quizás para
desobedecer debamos encontrar pares para el viaje. A lo mejor para desobedecer
tengamos que destruir todas las celdas. Tengo la certeza de que solo no puedo.
Tengo decencia. Puede que me vea obligado a trabajar en otra fábrica o en
cualquiera de esos lugares de mierda donde enaltecen los mandatos divinos de la
vida mientras cínicamente gastan tus fuerzas, tu cuerpo y tus nervios. Pero no
voy a adorar esas reglas, ni a dejar de callarme cada vez que pueda. Como una
vez leí, ya no recuerdo donde: “La dignidad humana pasa por desacreditar los
mandatos, desacralizarlos. A la autoridad no le basta con que se sometan a
ella. Necesita también que la ames”.
Texto: Arístides Groisman
Foto: Colectivo Manifiesto
Foto: Colectivo Manifiesto